La caída, Albert Camus (1956)
Me quedó la sensacion de que La caída se trató de un monologo del personaje pricipal, Jean Baptiste, a no ser que su interlocutor en un momento dijo ser (así parece) un abogado parisino. Esta novela, la que más me ha gustado entre las novelas de Camus, hace notar las verdaderas intenciones (si es que las hay) de la especie humana y los aspectos más ocultos y menos explorados. Me quedo con algo que dijo Camus (o su personaje): "Ningún hombre es hipócrita en sus placeres." No hay mayor desnudez, me parece, que la que sobreviene al ester cerca de la muerte. Camus lo estuvo por la tuberculosis, acechado por la enfermedad. Es una novela de autoconfesión, a pesar de su lenguaje sencillo tiene en sus pocas noventa páginas concentrada muchas de las aristas contradictorias de la existencia humana como el amor, la amistad, el sexo y la muerte. Como toda buena novela me quedé con el sinsabor y con el hambre de más, pero de inmediato uno se da cuenta de que no hace falta. Sin necesidad de la autoconfesion o "autoficción", una pequeña caminata por las calles de Amsterdam saca a relucir aquello que universalmente todos llevamos y poco vemos. Llena de símbolos sin llegar a la extenuante autoconfesión, Camus da una muestra de su percepción con el ser, y de su inutilidad.
Me quedó la sensacion de que La caída se trató de un monologo del personaje pricipal, Jean Baptiste, a no ser que su interlocutor en un momento dijo ser (así parece) un abogado parisino. Esta novela, la que más me ha gustado entre las novelas de Camus, hace notar las verdaderas intenciones (si es que las hay) de la especie humana y los aspectos más ocultos y menos explorados. Me quedo con algo que dijo Camus (o su personaje): "Ningún hombre es hipócrita en sus placeres." No hay mayor desnudez, me parece, que la que sobreviene al ester cerca de la muerte. Camus lo estuvo por la tuberculosis, acechado por la enfermedad. Es una novela de autoconfesión, a pesar de su lenguaje sencillo tiene en sus pocas noventa páginas concentrada muchas de las aristas contradictorias de la existencia humana como el amor, la amistad, el sexo y la muerte. Como toda buena novela me quedé con el sinsabor y con el hambre de más, pero de inmediato uno se da cuenta de que no hace falta. Sin necesidad de la autoconfesion o "autoficción", una pequeña caminata por las calles de Amsterdam saca a relucir aquello que universalmente todos llevamos y poco vemos. Llena de símbolos sin llegar a la extenuante autoconfesión, Camus da una muestra de su percepción con el ser, y de su inutilidad.
Notas:
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París es un verdadero espejismo.
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Y también muy cuerda, pues en todo somos siempre más o menos.
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Cuando uno no tiene carácter debe someterse a un método.
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en
mi aldea, en el curso de una acción de represalia, un oficial alemán
pidió cortésmente a una anciana mujer que tuviera a bien elegir de entre
sus dos hijos al que habría de ser fusilado?
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de mercaderes, que cuentan sus escudos, así como sus posibilidades de vida eterna,
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Cuantas más perfecciones mostraba su mujer, más rabiaba él. Por fin su culpa llegó a hacérsele insoportable.
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Un
gran cristiano amigo mío reconocía que el primer sentimiento que uno
experimenta cuando ve que un mendigo se acerca a su casa es
desagradable.
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Hasta en los detalles de la vida tenía necesidad de hallarme "por encima".
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Ésa fue mi vida. Nunca tuve necesidad de aprender a vivir.
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Por eso, viviendo feliz, me sentía en cierto modo autorizado a gozar de esa felicidad en virtud de algún decreto superior.
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Pero
no, si los amigos telefonean, tenga usted la seguridad de ello, lo
hacen la noche en que usted no está solo y en que la vida le parece
hermosa.
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me hablaron de un hombre cuyo amigo estaba
preso, y él se acostaba todas las noches en el suelo para no gozar de
una comodidad de que habían privado a aquel a quien él quería
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la amistad es distraída o, por lo menos, impotente
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sabe
usted por qué somos siempre más justos y más generosos con los muertos?
La razón es sencilla. Con ellos no tenemos obligación alguna
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El hombre es así, querido señor. Tiene dos fases: no puede amar sin amarse.
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Ésa es su pequeña trascendencia, es su aperitivo.
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Lo
que ocurría es que se aburría; eso era todo. Se aburría como la mayor
parte de la gente. Entonces se había creado, a toda costa, una vida de
complicaciones y de dramas.
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Hasta en aquellos
terrenos en que me resultaba fácil verificar mi inferioridad, como en el
tenis, por ejemplo, juego en el que yo no era sino un contendiente
mediocre, me era difícil no creer que, si tuviera tiempo de entrenarme,
estaría entre los campeones.
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hay gentes cuya religión consiste en perdonar todas las ofensas, ofensas que, en efecto, perdonan, pero nunca olvidan.
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Vivía, pues, despreocupado y sin otra continuidad que aquella del "yo, yo, yo".
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Con algunas variaciones, hacía pasar centenares de veces este film por mi imaginación.
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En
lugar de eso yo ardía por desquitarme, ardía por golpear y vencer, como
si mi verdadero deseo no fuera ser la criatura más inteligente o la más
generosa de la tierra, sino tan sólo apalear a quien se me antojara,
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Bien,
dirá usted que continúo jactándome. No lo negaré y desde luego que me
enorgullezco menos de mi jactancia que de aquello de que me jacto,
puesto que era verdadero.
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Entonces yo había ganado y
doblemente, pues, además, del deseo que yo sentía por ellas, satisfacía
al amor que me tenía a mí mismo al verificar cada vez mis brillantes
facultades.
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Créame, para ciertos seres, por lo menos, tomar lo que no desean es la cosa más difícil del mundo.
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Si
hay un dominio en que la modestia debería ser la regla, ¿no es el de la
sexualidad, con todo lo que ella tiene de imprevisible?
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El
acto de amor es en verdad una confesión. En él grita ostensiblemente el
egoísmo, se manifiesta la vanidad, o bien se revela allí una
generosidad verdadera.
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Ningún hombre es hipócrita en sus placeres.
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me
decía entonces que la solución ideal habría sido la muerte de la
persona que me interesaba. Esa muerte habría fijado definitivamente los
lazos que nos unían, por una parte, y por otra, habría quitado a esa
mujer el carácter de obligación
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conservaba todos los afectos alrededor de mí para servirme de ellos cuando quisiera.
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Cuando pienso en ese período de mi vida en el que exigía tanto sin dar nada yo mismo
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Ya no tengo amigos; sólo tengo cómplices
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Que
cómo sé que no tengo amigos? Pues es muy sencillo: lo descubrí el día
en que pensé en matarme para jugarles una mala pasada, para castigarlos
en cierto modo. Pero ¿castigar a quién? Al unos se habrían sorprendido,
pero nadie se sentiría castigado. Entonces comprendí que no tenía
amigos.
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Cree uno morir para castigar a su mujer, cuando en realidad lo que hace es devolverle la libertad.
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Los
mártires, querido amigo, tienen que elegir entre ser olvidados, ser
ridiculizados, o bien utilizados. En cuanto a que se los comprenda, eso
nunca.
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No nos perdonan nuestra felicidad y nuestros éxitos, si no consentimos generosamente en compartirlos.
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todos
procuran ser ricos. ¿Por qué? ¿Se lo preguntó usted? Por el poder que
la riqueza tiene, desde luego. Pero, sobre todo, porque la riqueza nos
sustrae al juicio inmediato, nos separa de las multitudes del
subterráneo para meternos en una carrocería niquelada.
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Comprendí
entonces, a fuerza de hurgar en mi memoria, que la modestia me ayudaba a
brillar; la humanidad, a vencer, y la virtud, a oprimir.
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la razón de mi desinterés era aún más discreta: deseaba que se olvidaran de mí (cumpleaños) con el objeto de poder lamentarme ante mí mismo.
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a
veces yo simulaba tomar la vida en serio. Pero bien pronto se me
manifestaba la frivolidad de la seriedad misma, y entonces continuaba
solamente desempeñando mi papel lo mejor que podía.
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Quería introducir el desorden en el juego y, sobre todo, sí, sobre todo, destruir esa halagadora reputación,
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En el libertinaje uno no posee sino su propia persona.
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Uno juega a ser inmortal y, al cabo de algunas semanas, no sabe siquiera si podrá arrastrarse hasta el día siguiente.
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Dios no es necesario para crear la culpa ni para castigar.
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La
verdad, lo mismo que la luz, encandila. La mentira, en cambio, es un
hermoso crepúsculo que nos hace valorar todos los objetos.
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bajo el cielo de la muerte, como nacen los imperios y las iglesias.
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en otra época hablé bastante para no decir nada.
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Ah, querido amigo, para quien está solo, sin Dios y sin amo, el peso de los días es terrible
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ya ve usted que lo esencial es dejar de ser libre y obedecer [...] a quien es más pillo que uno
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después de haber saludado solemnemente a la libertad, decidí, en
secreto, que había que endosársela sin dilación a cualquier otro.
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La mayor parte de los hombres es más sentimental que inteligente.
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¡Ahora es ya demasiado tarde, siempre será demasiado tarde! ¡Felizmente!
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