30 de mayo de 2020

La Caída (1956)


La caida (Libro De Bolsillo, El): Amazon.es: Albert Camus: Libros

La caída, Albert Camus (1956) 
 
Me quedó la sensacion de que La caída se trató de un monologo del personaje pricipal, Jean Baptiste, a no ser que su interlocutor en un momento dijo ser (así parece) un abogado parisino. Esta novela, la que más me ha gustado entre las novelas de Camus, hace notar las verdaderas intenciones (si es que  las hay) de la especie humana y los aspectos más ocultos y menos explorados. Me quedo con algo que dijo Camus (o su personaje): "Ningún hombre es hipócrita en sus placeres." No hay mayor desnudez, me parece, que la que sobreviene al ester cerca de la muerte. Camus lo estuvo por la tuberculosis, acechado por la enfermedad. Es una novela de autoconfesión, a pesar de su lenguaje sencillo tiene en sus pocas noventa páginas concentrada muchas de las aristas contradictorias de la existencia humana como el amor, la amistad, el sexo y la muerte. Como toda buena novela me quedé con el sinsabor y con el hambre de más, pero de inmediato uno se da cuenta de que no hace falta. Sin necesidad de la autoconfesion o "autoficción", una pequeña caminata por las calles de Amsterdam saca a relucir aquello que universalmente todos llevamos y poco vemos. Llena de símbolos sin llegar a la extenuante autoconfesión, Camus da una muestra de su percepción con el ser, y de su inutilidad.


Notas:

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París es un verdadero espejismo.

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Y también muy cuerda, pues en todo somos siempre más o menos.

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Cuando uno no tiene carácter debe someterse a un método.

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en mi aldea, en el curso de una acción de represalia, un oficial alemán pidió cortésmente a una anciana mujer que tuviera a bien elegir de entre sus dos hijos al que habría de ser fusilado?

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de mercaderes, que cuentan sus escudos, así como sus posibilidades de vida eterna,

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Cuantas más perfecciones mostraba su mujer, más rabiaba él. Por fin su culpa llegó a hacérsele insoportable.

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Un gran cristiano amigo mío reconocía que el primer sentimiento que uno experimenta cuando ve que un mendigo se acerca a su casa es desagradable.

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Hasta en los detalles de la vida tenía necesidad de hallarme "por encima".

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Ésa fue mi vida. Nunca tuve necesidad de aprender a vivir.
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Por eso, viviendo feliz, me sentía en cierto modo autorizado a gozar de esa felicidad en virtud de algún decreto superior.

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Pero no, si los amigos telefonean, tenga usted la seguridad de ello, lo hacen la noche en que usted no está solo y en que la vida le parece hermosa.

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me hablaron de un hombre cuyo amigo estaba preso, y él se acostaba todas las noches en el suelo para no gozar de una comodidad de que habían privado a aquel a quien él quería

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la amistad es distraída o, por lo menos, impotente

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sabe usted por qué somos siempre más justos y más generosos con los muertos? La razón es sencilla. Con ellos no tenemos obligación alguna

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El hombre es así, querido señor. Tiene dos fases: no puede amar sin amarse.


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Ésa es su pequeña trascendencia, es su aperitivo.

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Lo que ocurría es que se aburría; eso era todo. Se aburría como la mayor parte de la gente. Entonces se había creado, a toda costa, una vida de complicaciones y de dramas.

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Hasta en aquellos terrenos en que me resultaba fácil verificar mi inferioridad, como en el tenis, por ejemplo, juego en el que yo no era sino un contendiente mediocre, me era difícil no creer que, si tuviera tiempo de entrenarme, estaría entre los campeones.

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hay gentes cuya religión consiste en perdonar todas las ofensas, ofensas que, en efecto, perdonan, pero nunca olvidan.

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Vivía, pues, despreocupado y sin otra continuidad que aquella del "yo, yo, yo".

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Con algunas variaciones, hacía pasar centenares de veces este film por mi imaginación.

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En lugar de eso yo ardía por desquitarme, ardía por golpear y vencer, como si mi verdadero deseo no fuera ser la criatura más inteligente o la más generosa de la tierra, sino tan sólo apalear a quien se me antojara,

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Bien, dirá usted que continúo jactándome. No lo negaré y desde luego que me enorgullezco menos de mi jactancia que de aquello de que me jacto, puesto que era verdadero.

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Entonces yo había ganado y doblemente, pues, además, del deseo que yo sentía por ellas, satisfacía al amor que me tenía a mí mismo al verificar cada vez mis brillantes facultades.

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Créame, para ciertos seres, por lo menos, tomar lo que no desean es la cosa más difícil del mundo.

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Si hay un dominio en que la modestia debería ser la regla, ¿no es el de la sexualidad, con todo lo que ella tiene de imprevisible?

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El acto de amor es en verdad una confesión. En él grita ostensiblemente el egoísmo, se manifiesta la vanidad, o bien se revela allí una generosidad verdadera.

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Ningún hombre es hipócrita en sus placeres.

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me decía entonces que la solución ideal habría sido la muerte de la persona que me interesaba. Esa muerte habría fijado definitivamente los lazos que nos unían, por una parte, y por otra, habría quitado a esa mujer el carácter de obligación

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conservaba todos los afectos alrededor de mí para servirme de ellos cuando quisiera.

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Cuando pienso en ese período de mi vida en el que exigía tanto sin dar nada yo mismo

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Ya no tengo amigos; sólo tengo cómplices

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Que cómo sé que no tengo amigos? Pues es muy sencillo: lo descubrí el día en que pensé en matarme para jugarles una mala pasada, para castigarlos en cierto modo. Pero ¿castigar a quién? Al unos se habrían sorprendido, pero nadie se sentiría castigado. Entonces comprendí que no tenía amigos.

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Cree uno morir para castigar a su mujer, cuando en realidad lo que hace es devolverle la libertad.

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Los mártires, querido amigo, tienen que elegir entre ser olvidados, ser ridiculizados, o bien utilizados. En cuanto a que se los comprenda, eso nunca.

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No nos perdonan nuestra felicidad y nuestros éxitos, si no consentimos generosamente en compartirlos.

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todos procuran ser ricos. ¿Por qué? ¿Se lo preguntó usted? Por el poder que la riqueza tiene, desde luego. Pero, sobre todo, porque la riqueza nos sustrae al juicio inmediato, nos separa de las multitudes del subterráneo para meternos en una carrocería niquelada.

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Comprendí entonces, a fuerza de hurgar en mi memoria, que la modestia me ayudaba a brillar; la humanidad, a vencer, y la virtud, a oprimir.

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la razón de mi desinterés era aún más discreta: deseaba que se olvidaran de mí (cumpleaños) con el objeto de poder lamentarme ante mí mismo.

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a veces yo simulaba tomar la vida en serio. Pero bien pronto se me manifestaba la frivolidad de la seriedad misma, y entonces continuaba solamente desempeñando mi papel lo mejor que podía.

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Quería introducir el desorden en el juego y, sobre todo, sí, sobre todo, destruir esa halagadora reputación,

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En el libertinaje uno no posee sino su propia persona.

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Uno juega a ser inmortal y, al cabo de algunas semanas, no sabe siquiera si podrá arrastrarse hasta el día siguiente.

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Dios no es necesario para crear la culpa ni para castigar.

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La verdad, lo mismo que la luz, encandila. La mentira, en cambio, es un hermoso crepúsculo que nos hace valorar todos los objetos.

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bajo el cielo de la muerte, como nacen los imperios y las iglesias.

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en otra época hablé bastante para no decir nada.

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Ah, querido amigo, para quien está solo, sin Dios y sin amo, el peso de los días es terrible

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ya ve usted que lo esencial es dejar de ser libre y obedecer [...] a quien es más pillo que uno

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después de haber saludado solemnemente a la libertad, decidí, en secreto, que había que endosársela sin dilación a cualquier otro.

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La mayor parte de los hombres es más sentimental que inteligente.

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¡Ahora es ya demasiado tarde, siempre será demasiado tarde! ¡Felizmente!

Donde las mujeres (1996)


Donde las mujeres - Pombo y García de los Ríos, Álvaro - 978-84 ... 


Alvaro Pombo - Donde las mujeres (Narrativas hispanicas) - Editorial Anagrama (1996)

Una chica descubre que su padre no es su padre, pero es es al final. Lo descubre tarde y la imagen que tenía de su familia se desdibuja en sus propias manos. Se entera que es producto del amor libre de su madre y un arquitecto madrileño en la época antes de la guerra. San Román, una península española es el escenario y cueva de rumores.

Alvaro Pombo, tiene gran dominio de la psicología y conclusiones...descripción acertada y universalmente humanas.

Estando en las entrañas del razonamiento del personaje principal. Aleatorio, pero dentro de un orden de las cosas...se puede ver  el vacío de las palabras retratadas de la adolescencia del personaje, a saber que uno no es autor pleno de sus pensamientos.

Es una novela de la verdad, de la decepción. De la importancia de los actos más superfluos. De las mentiras, del abandono, del abandono en cuerpo presente. Del dolor, de la sangre, de la pertenencia y la curiosidad, podría volver a decir, de la decepcion, pero una decepcion avinagrada, no solemne. Semejante al asco sin explicación ni razón.

Me atrevo a decir que durante la juventud, la culpa que pulula es solo impotencia. Es la molestia de saber que no se sabe, y en el caso del personaje principal, lo que se ignora es esa identidad desfigurada un día, por su propia familia.



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Tía Lucía siempre enfatizaba —y mi madre asentía discretamente a esto— que no estaba tía Nines loca, sino tan cuerda como cualquiera de nosotros. Y la prueba estaba en que, cuando la encontraron sin vida una mañana, tenía abiertos y elocuentes sus dos ojos, tenazmente clavados en el cielo raso de su habitación con lavabo individual, con un aire de paz y confianza en lo que la esperaba en la otra vida.En esta vida, en cambio, no esperó tía Nines gran cosa.

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por eso se habló de ello tanto aquel invierno: porque, al hablarlo, lo triste, más que entristecer, ennoblecía, embellecía la propia situación.


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A pesar del encanto que tenía, su seriedad sin pretensiones.

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 Y es que Fräulein Hannah, no obstante llevar ya entonces veinte años viviendo en España, sentía en los huesos los fríos de su patria, las primaveras tardígradas de Renania y de Prusia.

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Durante todo el día hasta la noche anduve dando vueltas inflando como un globo la menos importante de todas las cosas que habían ocurrido,

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Luego empezó a vivir aquí, y vio abrirse, como un bostezo inmenso, un porvenir sin porvenir, sin entretenimientos, estéril, como él dice.

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pero mi madre sólo, o casi sólo, decía: «Tengo yo la culpa de todo eso.» Con lo cual dejaba el asunto a la vez zanjado y concluido, pero cada vez más y más inacabado.

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Centelleó el «papá» aquel con la tosquedad alocada de un pichón que se cuela en casa y se golpea contra las paredes y los cristales y las puertas aterrorizado, aterrorizándonos.

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Era la tristeza que provenía, creo yo, de la sintaxis, de la prosodia, y de la sintaxis indeliberadas, como si no fuese tía Lucía quien hablaba al estar oyendo yo su voz, sino otra voz, la voz de aquella isla y aquel atardecer o atardeceres y de mi primera adolescencia.

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Ahí se tuvo que parar, en el porche, porque el cortinón de lluvia que caía no dejaba ver ni el seto. Era una lluvia compacta, verdosa, marrón clara. Una lámina de agua casi vertical.

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Así es la juventud esa que dicen, la primavera de la vida: inseguridad, mal humor, y el peso de la culpa.

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Al final quizá de nuestras vidas. Consistía en saber hasta qué punto creía Violeta, y creía yo, que valía la pena transformar nuestro espontáneo cariño infantil en un afecto duradero.

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Hablar es la manera más segura de desfigurar todas las cosas.

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Mientras se está solo, pintando o dibujando las cosas, se es sinceramente uno mismo,

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¿Cómo podía yo sentir que fingía, y al mismo tiempo estar segura de que no quería decir nada distinto?

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el matrimonio, según esto, era un desatino, porque pretendía combinar lo incombinable, mis dos mundos: el ajeno y exterior con el propio y secreto.

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Me dio por no comer. Tener hambre y no comer me hacía sentir fuerte, pero también ridícula.
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Nunca había experimentado esa emoción de ver cómo te van convirtiendo en personaje los demás.

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Tenía gana de tomarlo a broma, pero pensé que si bromeaba perdería la oportunidad de saber de verdad lo que Violeta sentía a los dieciocho,

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Tom era la primera persona que invariablemente me tomaba a mí y a mis cosas por tema de conversación, al atardecer, en la otoñada lluviosa, oyendo cerca el mar.

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Me desagradaban esos celos que, sin embargo, en el fondo, me regocijaban, porque pronunciaban con todas sus letras lo que Tom y yo nunca nos decíamos.

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Su belleza, su descaro, aquel desparpajo, no sé cómo llamarlo... su desenvoltura. Eso hizo que yo mismo me desenvolviera con más facilidad.

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A esa felicidad que sentía escribiendo y leyendo no quería llamarla yo felicidad, porque estaba al alcance de mi mano. La felicidad no podía ser lo que se tiene ya, sino algo que está al final de un recorrido —suponía yo— y que todavía no se tiene

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cualquier clase de felicidad lograda a mi edad —cavilaba yo—equivaldría a legitimar la imperfección.

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La familia es una relación que también vale en la medida en que desaparece.

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La discusión con Violeta había surgido a consecuencia de la incapacidad que todas por igual las mujeres —según él— sufríamos de saber qué es qué y lo que pasa por el mundo.

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Has de saber que la paternidad, a diferencia de la maternidad, es aleatoria.

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Porque —sin duda—, con mi padre en casa, la familia perdería intimidad, me mirarían como la gente se mira entre sí.

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Preferiría, yo le digo, que me adoraras menos y me amaras más como un cualquiera.

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Que aún viviera en Madrid, que quizá hubiese pensado en mí alguna vez o quizá con frecuencia, cobraba de pronto una relevancia hormigueante

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Como comprenderás, en ese mundo los hijos eran totalmente accidentales

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Me quedé en Madrid. Al salir eché a andar hacia la calle Princesa.
Poco antes de llegar decidí quedarme en el hotel ante cuya puerta acababa de pasar. Una habitación interior. Ahí pasé muchos días seguidos, casi todo el mes.

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Chica, te suicidarás, pero nunca parecerás una suicida.

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No podía meterme ahí, Llegué hasta la puerta y me volví a la estación.
Pero no podía quedarme en la estación, no podía quedarme en San Román dando vueltas con un maletín. Tenía que volver, era la hora de comer.
Cuando llegué a casa eran las tres de la tarde. No llovía apenas ya.

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Tú puedes acostumbrarte, y acostumbrar a los demás, a que te quieran, a quererlos, sin dejarte llevar y sin perderte. Sin malgastarte, sin malgastarles, no lo sé...

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Quizá era más exacto decir que me estaba reanimando comprobar, al tenerlas delante en persona, que la realidad es un examinador muchísimo menos riguroso que la angustia.

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la amargura me impedía darme a mí misma toda la razón.